Dios ama a los cuarentones.
Ahora que, como la mayoría de los miembros de la generación 80 – 83, en estos días estamos arribando inevitablemente a los 40, me he tropezado afablemente con la certeza de que en la infinita e inescrutable arquitectura del universo, el 40 es una cifra substancialmente cercana al Creador. Jean Chevalier en su diccionario de símbolos se refiere al 40 como el número de la espera, la preparación, de la prueba o el castigo. Ahí está Moisés, librando durante 40 días una serie de obstáculos para recibir las tablas de la ley (como ocurre en la tradición cristiana con Jesús), 40 años gobiernan tres reyes de Israel: Saúl, David y Salomón. En relación al castigo, 40 es el número de días que dura el diluvio y 40 años viaja el pueblo hebreo para poner a prueba a la nueva generación que se liberó de Egipto, antes de alcanzar la Tierra Prometida. La iluminación de Buda resplandeció a los cuarenta años. Según la tradición islámica, Mahoma tenía 40 años cuando tuvo su primera revelación.
¿Se puede tejer un patrón que trence el misticismo, la cultura y la vida personal de cada cuarentón?
Si se me permite una tesis personal, los 40 son un parte aguas, una pausa ante lo que llamamos cotidianidad, un freno para el que ha dedicado sus décadas al revuelo, la chunga y el desenfado y, también, un excitante amanecer para el que ha cuidado los centavos y guardado sus labios de la vida indecorosa y desparpajada. El hedonismo y lo políticamente correcto se ven tentados a los cuarenta, entonces esta cifra sugiere cambio y por lo tanto toma de decisiones.
Cuarenta años cada quien se cocinó, a fuego lento, en la cazuela de su elección y de este albedrío, uno decide si sale puchero, mole de olla, pollo o faisán, cada quien con su historia y circunstancias le puso sabor al caldo. En teoría se acabó la ambigüedad y la orfandad, la búsqueda se vuelve cacería y las dificultades son ahora fantasmita de PAC – MAN, que ahora cobardemente tintinea porque los 40 nos han alimentado con la píldora del poder.
Hemos aprendido que el amor es un traje que rara vez se encuentra a la medida y requiere que se le suba la valenciana, se le quiten o pongan botones o de plano se adapte un cierre; además, por supuesto, debemos redistribuir nuestras carnes para entrar en él y ceñirse de manera natural, sin entalladuras ni holganzas y luego, luciremos el traje del amor orgullosos, satisfechos… enseñoreados.
A esta edad puede distanciarse lo trivial de lo fundamental. Reconocemos que las piernas de Ninel Conde y demás sexy divas de la tele no son para tanto y que cualquier piropo lanzado a una belleza de más de una década de distancia, bien puede hacernos merecer el calificativo de “viejo rabo verde”.
Nacimos marcados por Tlatelolco del 68, Woodstock, Avándaro, Vietnam y la Guerra Fría. Hemos visto caídas como la del Muro de Berlín, bombas en medio oriente, tanques sobre estudiantes chinos, el derrumbe de la música disco y de los posters del “Che” de nuestra habitación. Marx se volvió aburrido y dicen que ahora debemos leer El Quijote.
Casi sin sentirlo, hemos sido aleccionados para minimizar los hechos cotidianos que construyen la vida de seres cercanos, familiares y amigos, a cambio, aprendimos a magnificar la realidad insulsa de la farándula televisiva. La soltería elegida por mis amigos es intranscendente comparada con la de cualquier cantante que despierta inquietantes sospechas y acaloradas discusiones sobre su felicidad, su estado de salud, su preferencia sexual o su posible pareja ideal. Sin embargo, a los 40 puedes transformar la fascinación por el “pan y circo” en decorosa nausea ante lo frívolo y la enajenación. Podemos recuperar la conciencia del otro, del cercano, del amigo, del pariente, del que existe, como escribiera Sartre “Existir es estar ahí, simplemente; los existentes aparecen, se dejan encontrar; pero no se los puede nunca deducir..."
Eso es todo hasta antes de zarpar estas aguas nuevas, 40 años de presencia para existir y trasformar todo lo de afuera: la melancolía que paralizaba ahora es motor e instrumento, el dinero mera transición utilitaria, los sueños un camino para andar, las obligaciones cotidianas una libre elección, la violencia un error, el amor una casa que compartir… como cantara Billy Joel “te necesito en mi casa, porque eres mi hogar”. 40 años para que como un Ulises renovado, pese a todo lo tolerado, levantemos la cara al cielo y con mirada profunda y corazón erguido, por fin entonces, sentirnos favoritos de Dios.
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