Soy otra vez yo, Alberto.
Ahora te pido que me hagas favor de poner esto en el blog.
Es la respuesta a las solicitudes que una extensa
multitud (dos personas), hiciera en el blog.
Respondiendo a lo que David Eduardo Fernández de Lara
de la gen. 73 – 78 me pide, les relato lo siguiente:
Déjenme decirles que, quizás porque me gustó en la
secundaria la materia de química, para continuar mis
estudios busqué una escuela que tuviera relación con ella.
De esta manera, y porque en casa había un ambiente muy
“ingenieril” (mi papá y mis hermanos eran ingenieros), me
enfoqué a estudiar INGENIERÍA QUÍMICA. Aunque la tirada
era que entrara yo a la universidad, la circunstancia de que
por esas fechas las facultades estaban yéndose a CU, para
mí, lejísimos de mi casa, pues decidí que estudiaría en el
Poli ya que quedaba por el rumbo de la secundaria (en el
casco).
Primero cursé la vocacional, que era de dos años, y después
cinco años de profesional en la ESIQIE.
Pasé casi un año sin trabajar en lo que era mi profesión, pero
desde que comencé a trabajar, no paré hasta cuarenta años
después. Fue tanta la atracción por los asuntos de la
ingeniería que todo mi tiempo y esfuerzo lo dediqué al
trabajo; atendiendo, claro, a la familia. No me casé. Viví
siempre con mis padres y con mi hermana soltera.
La verdad, es que mi vida profesional fue toda una aventura.
Por principio de cuentas, para una ingeniera química en esa
época, no era fácil encontrar trabajo. Después, quise seguir
una especialidad que aún para los hombres no era muy
común, se llamaba Instrumentación (ahora tiene otro nombre
por los adelantos tecnológicos).
Además, hace cuarenta y cinco años, era un poco inusual ver
mujeres trabajando en las plantas industriales. Creo que para
mí, ese fue el reto: demostrar que ante todo era yo ingeniero,
independientemente del género.
Después de las mil cosas que me pasaron, de las cuales
aprendí mucho, puedo decir que me siento muy satisfecha de
mi trayectoria profesional.
Por los acontecimientos naturales de la vida, vine a radicar
a Querétaro y, desde hace casi cinco años, la estoy pasando de
maravilla. ¡Es otro mundo! La ciudad es tranquila, relativamente
segura y la gente amable.
Durante tres años, aquí, me dediqué a dar clases de español
para extranjeros, algo que podría pensarse que es sencillo, pero
no lo es tanto. Ya hace un año que dejé de ser profesora para
ser alumna; sí, ahora estoy estudiando computación, pues
quiero estar a la altura de los adelantos modernos. Además,
estoy estudiando otomí, el idioma que hablan un buen número
de indígenas de Querétaro.
Bueno, perdón por extenderme tanto.
Espero que no los haya yo cansado.
Nos comunicaremos más adelante.
Saludos cordiales,
Gisela