Gisela e Ignacio Pérez

¡Hola, Alberto!

Perdón por la tardanza en escribir, pero he andado en
algunos asuntos familiares que me ha distraído.

¡Ya estoy aquí de nuevo!

Quiero contarles una anécdota del inicio de la Guerra de
Independencia, según lo escuché de mi maestra de historia
de Querétaro; pudiera ser que sólo es para darle tintes de
telenovela.

¿Saben ustedes quién fue Ignacio Pérez? ¿No? pues déjenme
decirles que yo tampoco lo sabía hasta que llegué a Querétaro.
Aquí es un personaje tan conocido que hasta hay una calle
con su nombre y además, una estatua que lo representa.

Resulta que el 15 de septiembre de 1810, el Corregidor de
Querétaro Don Miguel Domínguez tiene conocimiento de que
las tropas realistas han descubierto la conspiración y se lo
comunica a la Corregidora. Ella de inmediato se prepara
para ir a informar a Allende de esta situación; sin embargo,
Don Miguel se lo impide y para evitar que ella vaya, la encierra
en su habitación. Así, ella busca la manera de que alguien
vaya en su lugar a San Miguel, pueblo natal de Allende, e
informe para que se protejan, pues los van a prender.

Presa en su habitación (en la parte alta del edificio),
la Corregidora se da cuenta de que Ignacio Pérez, uno de los
conspiradores, se encuentra en la habitación de abajo.
Entonces, golpea con sus tacones el piso de duela hasta que
Ignacio Pérez sale al patio a ver hacia las ventanas de arriba.

Ella le solicita que vaya a avisar. Él toma su caballo y sale a
todo galope hacia San Miguel. Al llegar se encuentra con que
Allende no está en su casa y decide seguir su camino hasta
Dolores para dar la noticia al Padre Hidalgo.

El resto ustedes ya lo saben.

Al ver la estatua de Ignacio Pérez nos damos cuenta de la prisa
que tenía por cumplir con el encargo de la Corregidora, pues
lo vemos montando un caballo a galope tendido; va tan veloz
que hasta el sombrero se le despega de la cabeza.

No conseguí una foto de la estatua; voy a tener que sacarla yo.

¿Qué les pareció?

Bueno, en otra ocasión vuelvo a escribir algo.

Saludos cordiales,

Gisela